viernes, 5 de octubre de 2007

La luna de miel

Tras la boda, al día siguiente, nos fuimos de viaje de bodas al Caribe. Durante el viaje, le prometí a mi flamante maridito mucha lujuria....Lo que no imaginaba entonces era que tendríamos tanta.

Con estos comentarios, y, como el viaje era nocturno con el avión vacío en 1ª clase excepto nosotros, Luis empezó a acariciarme por encima de los tejanos previamente, y luego abrió mi cremallera, deslizando su mano dentro. Acariciaba mi sexo suavemente, con ternura, mientras yo me iba lubricando, y me estiraba más para que él accediera más profundamente. Como estaba junto a ventanilla, me desabrochó y me bajó pantalones y bragas a la vez. Estiré mi respaldo, y, a continuación, como un gatito goloso, se inclinó para besar mi sexo. Lo atrevido de esta situación me ponía a cien, mientras sus expertos dedos buceaban en los jugos que salían de mi coñito.

Suspirando, moví mi cabeza hacia los lados, y mi sorpresa fue ver a una azafata, dos filas hacia atrás en diagonal, mirando fijamente nuestro jueguecito. Una mano había desaparecido dentro de su falda. Sentirme observada aumentó mi excitación, por lo que no tardé en correrme. Cuando volví a mirar, la azafata ya no estaba. Me dormí y no recuerdo si me había vuelto a vestir.

Aterrizamos en Cancún cuando atardecía. Con el sueño en los ojos, me pareció advertir una sonrisa cómplice en una de las azafatas cuando bajamos del avión. No estoy segura de ello...

Mi flamante marido acusó más el jet-lag que yo, así que mientras él se acostó en la habitación del hotel, yo bajé a cenar. Entablé conversación, o mejor dicho, ellas me asaltaron, con dos mujeres de Castellón que me explicaron su vida y milagros mientras yo iba comiendo. Así supe que Eva y Miriam eran amigas de toda la vida, ambas separadas, y que a sus 47 años, estaban viendo mundo. Me estaban comentando las excelencias de las playas del Yucatán, cuando exclamé en voz alta que me había olvidado el bañador en Barcelona.

-Querida, eso no es ningún problema, dijo Eva. ahora mismito bajamos a la tienda del hotel a comprarte una colección de bikinis, y nosotras te asesoraremos. No pude decir que no, y enseguida bajamos. La dependienta, muy atenta, sacó muchísimos modelos, de los que elegí cinco para probarme. Mi sorpresa fue que no había probador. Así que apuntó el número de mi habitación, y me dijo que me los podía probar allí. Como Luis estaba durmiendo, ellas me ofrecieron la suya.

Allí, y bajo su atenta mirada, me sentí incómoda cuando me invitaron a probármelos ante ellas. Así se lo hice notar, y pasé al cuarto de baño, aunque me pidieron que saliera a enseñárselos puestos. El primero era muy tapado, y me dijeron que con el sol que hacía, la parte de arriba no la necesitaría, que además allí se podía ir desnuda si quería. Con los otros, ellas miraron, ajustaron, comentaron, y al final, hubo acuerdo en tres, aunque en uno yo tenía reparos, pues la braguita era un tanga muy estrecho, y asomaba parte de mi vello púbico.

-Eso tiene solución, dijo Miriam. Basta con rasurarte, mira. Y sin más, se levantó, izó su vestido, y me mostró su sexo completamente depilado. -Y Eva también. Y ella hizo lo mismo. No sé qué me impactó más, si el ver que no llevaban bragas o su vulva impúber. Hasta ese momento, las había visto como unas mujeres maduras que buscan diversión con hablar de sus cosas. Ahora, estaba turbada. Ellas se aprovecharon, y me sentaron en el borde de la cama. Eva ya me había quitado el tanga, y me dijo que me estirara y confiara en ellas. Miriam había ido al lavabo y volvió, arrodillándose ante mí. suspiré cuando una especie de cepillo fino mojaba la parte externa de mi vagina. Los movimientos se hicieron más rápidos y un sonido pastoso me indicó que la espuma ya estaba repartida. Durante la depilación, ni rechisté, aunque cuando, para repasar los labios, metió dos dedos en mi interior, sentí el hormigueo que indicaba que a mi coñito le gustaba aquello.

-Bueno, ya está, dijo; pero no retiró los dedos de mi sexo. Al contrario, mientras enjuagaba los restos de jabón con la esponjita y un poco de agua caliente, los apretó más adentro, hasta llegar al fondo. Gemí e intenté apartarle la mano, pero fue un gesto débil, y ellas lo notaron. Eva se abalanzó con su boca sobre mi clítoris, mientras Miriam desataba el sujetador y manoseaba mis pechos. había caído en una trampa de la que ni podía ni quería escapar. Un dedo más se unió a los que, como garfios, rascaban suavemente las paredes de mi vagina, y sobaban con descaro mi útero. Respiraba agitadamente, cuando Miriam se sentó sobre mí, ofreciéndome a escasos centímetros, una visión de su humedecida cueva, mientras sus manos alzaban mis piernas para que Eva profundizara más en mí. Ya estaba a punto de correrme cuando la lengua que torturaba mi clítoris buscó la roseta de mi culo. Entonces, sin saber por qué, besé el sexo salado de Miriam, con cuidado primero, y luego con fruición. Y eso que era una experiencia nueva. Todavía me estremezco al recordar su sabor.

Cuando finalizaron los espasmos de mi corrida, ambas repasaron mis pechos y mi boca con sus lenguas. Yo todavía estaba alucinando, cuando de repente oí que Eva solicitaba por teléfono que la pusieran con la habitación 269... ¡¡La mía!!

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